Por Gisela Colombo

“El tiempo que te doy” es un producto novedoso de la industria audiovisual española. Su formato es quizá vanguardia porque el género es muy efectivo y resulta probable que funde escuela.

Se trata de una ficción estructurada en capítulos o episodios cuyo norte está relacionado directamente con el tiempo del pensamiento. Con un tiempo mental.

En rigor, la historia nos presenta una pareja que, en tiempo presente, está disolviéndose. Ése es el punto de partida. Vemos, en el primer episodio una discusión en la que el hombre llamado “Nico” (Álvaro Cervantes) se ve acorralado y confiesa a la chica con la que convive desde hace nueve años ya, que se lamenta por haber perdido tanto tiempo con ella.

A partir de entonces, Lina (Nadia de Santiago) se torna el centro indiscutible. Y como el relato completo está enfocado desde la perspectiva de ella, lo que veremos es: la pena característica de una ruptura amorosa que no fue del todo escogida. La decepción por una historia en la que ella había puesto grandes expectativas. La nostalgia de cada escena recordada y perdida definitivamente; la sensación de soledad; el desamparo de quien a nadie tiene, las dudas sobre el rumbo elegido, y hasta la incapacidad de volver a intentarlo con una nueva pareja, o el reemplazo de un vínculo del que es emocionalmente incapaz, por la mera conexión erótica con un desconocido, que no habla siquiera el español.

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El tiempo es uno de los pilares fundamentales del texto y el responsable de una estructura especialmente original, que revela el verdadero desafío de la ruptura vincular. Se trata de una empresa ardua y paulatina que supone ir aplacando el dolor y dedicando decrecientes lapsos a los recuerdos, con el paso de días y meses. Al menos ése es el objetivo.

“1 minuto de presente y 10 minutos de pasado” del episodio 1 deviene en “2 minutos de presente y 9 minutos de recuerdos”, luego será “3 minutos de presente y 8 minutos de recuerdos” y “4 minutos de presente y 7 minutos de recuerdos” “5 minutos de presente y 6 minutos de recuerdos”. Es cuando llega el sexto episodio que actúa como un punto de inflexión psicológico: “6 minutos de presente y 5 minutos de recuerdos”. Después vendrán “7 minutos de presente y 4 minutos de recuerdos”, “8 minutos de presente y 3 minutos de recuerdos” y “9 minutos de presente y 2 minutos de recuerdos” pero el final nos alcanza cuando, de vuelta de su pueblo adonde Lina viaja para ver a su padre y conectar con la memoria de su madre, regresa y se encuentra con un nuevo desafío que seguramente será resuelto en una segunda temporada. A este último capítulo le llaman “10 minutos de presente y 1 minuto de recuerdos”.

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La efectividad de la serie se debe un poco a la duración de once minutos de los 10 episodios. Capítulos que son ágiles y no por ello faltan a la sensación de pausa con la que se vive cuando todavía la psiquis no acepta la pérdida. El resultado puede verse como una película breve o en forma de serie.

De ambas formas se sostiene muy bien el interés del espectador. El dato más sobresaliente es el tono tibio de una experiencia extraída directamente de la realidad. Quizá en este aspecto el relato se explica si pensamos que su actriz, Nadia de Santiago, es quien escribe, junto con otras dos personas, el guión, que muy probablemente esté inspirado en hechos reales.

En fin, una muestra más de que al diseño del texto se atribuyen todas las bondades del producto. Y la consecuencia es que la película promete aquí un nuevo género que seguramente ganará espectadores ávidos de historias que atrapen sin encadenar.