“El doctor de la felicidad” es un film francés, estrenado en 2017, cuya tónica es la característica de las comedias livianas de su especie.

*Por Gisela Colombo

Su directora, Lorraine Levy puso en escena una historia simpática que resulta de una adaptación de Knock o el triunfo de la medicina escrita por Jules Romain. Se trata de una obra de teatro de carácter satírico estrenada en Francia durante 1923, aunque el texto fue escrito en 1920.

Originalmente la obra anticipa lo que vendría en las sociedades del futuro, en términos de salud. El concepto de que no existe el paciente completamente saludable y la intromisión de la medicina preventiva en la vida cotidiana de la gente parecen una profecía del libro que luego habrá de cumplirse.

Esta comedia narra la historia de un estafador llamado Knock, al llegar al pueblito de Saint Maurice, en el sur de Francia. En un salto hacia el pasado, vemos al personaje en medio de una carrera desesperada para huir de dos víctimas de sus estafas. Lo observamos apresurando un trato y aceptándolo: el trabajo como médico. Aun cuando no sabe nada de medicina, Knock se convierte en el profesional a bordo de un barco, mientras se despide con sorna de sus perseguidores. Es cuando ocurre el nacimiento de una nueva fachada, la de una luminaria en la ciencia médica. Con ella se presenta en Saint Maurice donde es contratado para reemplazar al antiguo médico.

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La revolución que genera su presencia en el pequeño pueblo va despertando e intensificando pavores que se retroalimentan socialmente hasta tornarse ellos mismos también enfermedad. Es que el doctor Knock va trenzando las voluntades de sujetos necesarios para cumplir el propósito de enriquecerse. Para ello, incluye en sus negocios al farmacéutico, con quien se completa la estafa colectiva. Con el mismo objeto instituye un día en que las consultas son gratuitas y por ese medio va atrayendo uno a uno a sus potenciales clientes, que finalmente se entregan al cuidado del nuevo doctor.

Pero, paradoja del devenir, se enamora de Adéle, una jovencita que va desarrollando problemas respiratorios hasta que se desencadena un cuadro de tuberculosis que en muy poco tiempo la arrancará de la vida. Su falsa pericia muestra toda su inefectividad precisamente en el único caso que de verdad le importa.

Así, el relato transita un gran dolor de un modo tan edulcorado que no sufre ni un poco el ánimo humorístico. Toda pena es superada por un vivo recuerdo de Adéle en el brillo de las paredes azules del hotel de pueblo, devenido ahora en Clínica. Y ese edificio resulta una expresión de la torre de temores, inquietudes hipocondríacas y toda clase de manifestación de fe ciega en un hombre dispuesto a todo para engañar.