Por Gisela Colombo
La hija del fuego: la venganza de la bastarda es una serie thriller, con drama y romance, rodada en la Patagonia argentina. Es la historia de una mujer que, siendo niña, logra salvarse de la tragedia en que muere su madre y una amiguita circunstancial, a quien los asesinos confunden con ella. ¿El motivo? Clara era la única heredera de una fortuna incalculable que otros querían conservar para sí.
Veinte años más tarde, la niña que se ha dado por muerta, irrumpe en la vida de Fausto Saavedra, quien se ha quedado con todo y comienza a realizar su plan de revancha. El primer paso es enamorarlo, pero las acciones se multiplicarán y recaerán sobre cada uno de los partícipes necesarios. La selección incluye a cada uno, por pequeña que hubiera sido su intervención.
Con ayuda de dos amigos con quienes Clara se ha criado, del hermano de la niña que murió en el incendio y de una incorporación posterior surgida de los tantos enemigos de Fausto, se perpetra la venganza. Proceso que se cuenta, con raccontos esclarecedores continuos que saltan al tiempo del incendio, a lo largo de los 22 episodios que tiene la serie.
Lo que funciona
El mayor acierto de la serie es su uso del paisaje patagónico: no está ahí como simple postal sino como carácter dramático. El viento, los espacios abiertos y la sensación de aislamiento refuerzan el tono de amenaza constante. Esa geografía hace creíble el secreto, la violencia íntima y la idea de que el pasado nunca se va del todo.
Más allá de lo que puedan dictar los prefuicios, Eugenia China Suárez sostiene el centro del relato con una heroína ambigua: víctima y verdugo a la vez. Su personaje no busca “justicia” en un sentido puro, sino reparación personal, y eso le agrega capas morales interesantes. La serie aprovecha bien esa incertidumbre: por momentos no parece claro el límite entre un acto liberador y una iniquidad.
En términos interpretativos, la serie va de menos a más. Los primeros episodios dejan una sensación algo tosca, con actuaciones que por momentos se sienten rígidas o todavía en búsqueda de tono; sin embargo, a medida que avanza la temporada la dirección parece aceitarse, el elenco encuentra un registro más orgánico y los vínculos ganan credibilidad.
Lo que podría mejorar
Aunque el elenco es sólido, no todos los personajes tienen el mismo espesor dramático. A ratos parecen más piezas funcionales al plan de venganza que personas con vida propia.
El conflicto con los pueblos originarios puede parecer la intromisión forzada de un discurso que nadie discute ya. Tal vez no sume y sí desvíe un poco la tensión.
Lo que sí rinde en La hija del fuego son el planteo sobre la identidad como máscara, y la violencia que se resume en la sentencia “Pueblo chico, infierno grande”.
La venganza aparece con la misma acepción que se le da en la tragedia: una especie de deber liberador de los horrores. Una vindicación de los antepasados. La revancha griega no queda en mera elucubración del espectador atento, porque el referente se menciona explícitamente. Serán las erinias convertidas en euménides las que irrumpen al final, con la voz en off, como imágenes vivas de la fuerza del odio revanchista que, una vez cumplido por honor y justicia, se hace semilla y promete germinar en nuevos frutos…
Veredicto
La hija del fuego: la venganza de la bastarda es una serie efectiva, con identidad local y ambición de thriller emocional. No reinventa el género, pero se diferencia por su atmósfera patagónica, una protagonista potente y un tono que oscila con soltura entre el drama íntimo y el suspenso. Recomendable para quienes disfrutan historias de secretos familiares, retornos cargados de pasado y personajes movidos por deseos incómodos.
