Por Gisela Colombo

El gatopardo es una miniserie de Netflix que recrea la famosa película rodada por Lucchino Visconti tantos años ha, y que ha hecho historia.

En esta nueva versión en formato de tira, vuelve a alzarse una producción italiana cuyo punto de partida es un libro del mismo nombre. En efecto, Giuseppe Tomasi di Lampedusa, es el creador de una historia que, al parecer, se inspira en la vida de uno de sus antepasados. El libro fue publicado en 1958. Y aunque la novela inicialmente fue rechazada por las editoriales, pronto recibió un premio importante, se tornó un best seller y más tarde se erigió en el clásico de la literatura italiana que es hoy.

De este libro proviene el concepto de “gatopardismo político” como tópico del hombre que se reinventa hasta el punto de traicionarse y traicionar, con el fin de sobrevivir. Es el ícono del sujeto que cambia para que nada cambie.

La reciente miniserie es una producción que respeta el texto original al narrar la historia de Fabrizio Corbera, Príncipe de Salina, en la década de 1860.

Se trata del momento en que la figura de un líder como Garibaldi provoca el cambio profundo en la península. El mismo Garibaldi que trastoca para siempre el régimen aristocrático, cuasi feudal, vigente tardíamente en Italia, hasta más allá de mediados del siglo XIX.

En principio, “Il gatopardo” como se hace llamar Corbera, por su identificación con el animal presente en su escudo de armas es un privilegiado, habituado a las prerrogativas de una sociedad estamental. Aunque también verá llegar lentamente el momento de aceptar el declive. El suyo y el de la sociedad que retrata su misma autoridad.

En efecto, la efervescencia de una sociedad que está en una suerte de guerra civil, le va revelando a Fabrizio, hombre maduro, su propio final. Porque es él el emblema de un orden que declina. El final de una era.

La nostalgia con la que se relatan los hechos anuncia que nada podrá torcer ese destino que enterrará un estilo de vida, una cultura del poder y los valores escrupulosos a los cuales el sur es especialmente fiel.

La figura de su sobrino Tancredi es quien pronuncia el parlamento síntesis del tema tratado en la novela y en la serie: "Si queremos que todo siga como está, es necesario que todo cambie". Y es también Tancredi quien encarna esa oscilación de la misma sociedad entre tradición y modernidad. En este sentido, incluso el romance de Tancredi con Concetta, hija mayor del Príncipe centro emocional de la historiaaparece espasmódico, oscilante. Rebosante de dudas y contramarchas.

gattopa.png

Tancredi y Concetta se muestran enamorados desde el principio. Sin embargo, el vínculo no parece estar hecho para prosperar. Y el joven, al promediar la obra, se casa con la hija del burgués Calogero Sedara, intendente de la ciudad, devenido en millonario. Así irrumpe Angélica, también es ícono de los nuevos parámetros de conducta amorosa y hasta sexual que el Príncipe juzga decadentes e inmorales. El personaje de Angélica interpretado por la hija de la gran Mónica Bellucibien podría ser alegoría de la seductora corrupción que se complace y ordena en la acumulación de poder. Son Sedara y su hija quienes se filtran en la familia noble como arietes que azuzan los valores tradicionales. El joven Tancredi oscila, entonces, entre el enrolamiento a la revolución liderada por Garibaldi y su dependencia de la tradición aristocrática; o, en otros términos, entre la seducción de Angélica y la virtud conservadora de Concetta.

La propuesta visual de la serie es estética como pocas: los paisajes sicilianos, los palacetes barrocos, el vestuario y hasta la exuberancia de los jardines contribuyen, con los valses melancólicos a trazar la correspondencia entre fondo y forma.

Son dignas de distinción las actuaciones de Kim Rossi Stuart y Benedetta Porcaroli, al igual que la labor de Deva Cassel, que logra una gracia especial en su composición de “Angélica”.

Tom Shankland, Giuseppe Capotondi y Laura Luchetti le han dado a la dirección una efectividad y una poesía que reproduce la cadencia del libro. El guion fue responsabilidad de Benji Walters y Richard Warlow, que han sabido conservar el espíritu de la obra literaria y su atmósfera particularísima.

En fin, “El Gatopardo” resulta un espectáculo de gran belleza que dispone el ánimo a la reflexión y la humilde aceptación del devenir inexorable del que nadie está exento.