Por Gisela Colombo
El fenómeno por el cual una mujer común y corriente de ésas que en la historia de la Realeza se ha denominado “plebeyas” sea desposada por un Rey o un Príncipe —hay que decirlo—es una posibilidad relativamente reciente en el marco de los milenios de civilización. Si algo se ha cuidado en la historia de las Dinastías Reales es de conservar “cierta limpieza de sangre” que no tenía tanto celo con la genética cuanto con el tipo de educación, los valores, el decoro y, ¿por qué no?, las posibilidades de tramar alianzas que produjeran la sinergia ideal de que el resultado fuera más poderoso que la suma de las partes. Esas potencias se medían en poder político, pero también en fortaleza militar y soberanía territorial.
Sin embargo, en la literatura, el argumento de la joven que, gracias a la belleza conquista al poderoso, es uno de los argumentos más habituales, sin importar la época. A tal punto se ha repetido que se convirtió en uno de los tópicos esenciales con que la historia expresó los desafíos e ideales de la mujer en otros tiempos. Nada menos.
Pues aquí parte importante de nuestro inconsciente más antiguo, el “subsuelo” casi prehistórico con el que ha soñado Jung, para luego identificarlo como “inconsciente colectivo” podemos hallarlo en la mismísima realidad.
La realidad propone en la historia de esta mujer lo que Joseph Campbell podría haber nombrado como el mito fundamental femenino de Occidente. ¿Quién podría resistirse a una historia semejante?
Es que Máxima Zorreguieta es, ni más ni menos, que quien realizó los deseos ancestrales de muchas generaciones, sin haber renunciado a su proyecto de independencia, emancipación e igualdad femenina. Ella, que antes de ser Reina, había probado sus aptitudes tanto en el mundo de las finanzas como en el ámbito académico —sin perderse tampoco el espíritu festivo hacia el que todos los argentinos tenemos vocación—, fue “escogida” por un heredero joven, que se presentó con su caballo blanco. Ella dejó que su pie entrara en el zapatito de cristal, sin renunciar a su independencia, a su pericia financiera… Pero, sobre todo, a su disposición alegre, el baile, la Patagonia, el tango nostálgico y la fiesta.
Es esto precisamente lo que propone la “Biopic” que produjo una empresa holandesa y se fue proyectando jueves a jueves durante los últimos meses en Argentina.
En efecto, todo lo descrito ve la luz en una ficción para la televisión neerlandesa, llamada “Máxima”, que está disponible en la antigua HBO Max hoy devenida en la plataforma “Max”, a secas.
Esta mirada sobre la obra de la argentina que llegó a ser Reina de los Países Bajos está inspirada en un libro denominado Patria, los primeros años de Máxima Zorreguieta, que recorre los hechos históricos fundamentales atravesados por Máxima para desarrollar su personalidad, no sin “esmerilarse” —mucho más de lo que podemos imaginar— para edificar la amorosa relación con el pueblo holandés que ha logrado. Que ella misma, venida del fin del mundo, se haya constituido en el pilar de uno de los reinos más influyentes de Europa es tan inverosímil como la historia de Jorge Bergoglio.
Dos de los nuestros, en los primeros lugares…
Los creadores pueden sentirse satisfechos de haber retratado, también en la forma, el espíritu argentino que se debate siempre entre la celebración y una pena casi nostálgica.
Cada uno de los seis capítulos de la serie se transitan con la sensación de nostalgia, de pena, de orgullo y de alegría permanentes.
Los protagonistas, Delfina Chaves y Martijn Lakemeier conjugaron tan bien ambos espíritus, que la ficción se escapó a su realidad y hoy viven un romance… curioso segundo maridaje intercontinental, ¿no?
La serie se estrenó en Países Bajos en abril y aquí, en agosto, con muy buenas repercusiones. Quien no la vio, debería intentarlo si quiere disfrutar una experiencia emotiva y muy bien contada.