Por Gisela Colombo.
En su nueva película, Daniel Hendler aborda un caso real con una sensibilidad inusual: la historia de una mujer internada injustamente se transforma en un retrato contenido, ético y profundamente humano.
Hay películas que eligen el silencio antes que el impacto. 27 noches, dirigida por Hendler, pertenece a esa especie poco frecuente que decide narrar desde la contención, desde la temperatura justa en la que la emoción no se desborda, pero tampoco se enfría. Lo que late en sus planos no es tanto el hecho real que la inspira, sino la respiración de quienes lo atravesaron.
La película se inspira en un caso verídico ocurrido en 2005: el de Natalia Kohen, artista plástica y mecenas argentina, que fue internada judicialmente contra su voluntad bajo un diagnóstico presuntivo de demencia frontotemporal. Años más tarde se comprobó que aquel diagnóstico carecía de todo sustento científico. Ese episodio, que en su momento despertó un profundo debate sobre la autonomía, la salud mental y los abusos de poder dentro del ámbito familiar, encuentra en 27 noches una traducción cinematográfica de enorme delicadeza. Hendler evita la literalidad del caso y se concentra en su resonancia humana: el derecho a la diferencia, la fragilidad del juicio ajeno y la tensión entre cuidado y control.
Las actuaciones sostienen esa fragilidad con precisión casi artesanal. Marilú Marini encarna a Martha Hoffman, una mujer excéntrica y adinerada que se ve internada en una clínica psiquiátrica por decisión de sus hijas. A su lado, el propio Daniel Hendler interpreta a Leandro Casares, el perito judicial que debe determinar si Martha está enferma o simplemente desea vivir a su manera. Completan el elenco Carla Peterson, Julieta Zylberberg, Paula Grinszpan y Humberto Tortonese, todos en registros ajustados, contenidos, profundamente humanos.

En tiempos donde el cine suele competir por la atención a fuerza de estridencia, 27 noches apuesta por lo contrario: al espacio vacío, a la pausa, al susurro que invita a mirar sin morbo. La dirección de Hendler encuentra belleza en la austeridad, y la narrativa confía en que el espectador sabrá leer los matices.
Quizás su mayor acierto sea ese: entender que cuando el arte toca una historia real, el límite entre homenaje y exposición se vuelve difuso. 27 noches elige no cruzarlo. Y en esa tibieza —esa delicadeza que otros podrían confundir con falta de coraje— reside su mayor valentía.
Más allá de su valor cinematográfico, la película se vuelve un disparador necesario sobre la salud mental y el modo en que nuestra sociedad se vincula con la vejez. La historia de Martha, y la de Natalia Kohen detrás de ella, nos recuerda que en el nombre del cuidado pueden ejercerse formas sutiles de violencia, y que la frontera entre protección y control es siempre peligrosa. 27 noches invita a pensar la gerontología no como una disciplina médica, sino como una ética del respeto: la de acompañar sin sustituir, la de escuchar sin diagnosticar.
